En la antigüedad, las culturas prehispánicas, si deseaban expresar graficamente sus pensamientos lo hacían por medio de dibujos, ya objetiva, ya ideográficamente; por ejemplo, si querían decir hombre, pintaban su figura, si querían decir palabra, entonces pintaban una virgulilla que salía de la boca. Orozco y Berra dicen que en las pinturas mexica el dibujo es incorrecto, los contornos angulosos y duros, carecen de términos y gradaciones las figuras puestas en contraste; no siempre guardan proporción las figuras puestas en contraste, etc. Pero en realidad nunca se trato de pinturas si no más bien de un lenguaje destinado a despertar ideas, representados siempre de la misma manera con un sistema convencional y como tal practicado.
Materiales, Tintas y Pintores
Los indigenas utilizaban para sus escritos diversos clases de papel, fabricado con las fibras de ciertas plantas textiles. Empleaban también pieles de tigre o de venado. En la manufactura del papel seguían un procedimiento semejante al utilizado por los egipcios en la fabricación del papiro. El nombre de amatl quedó común para el papiro, para la materia de que se hacía y para los libros; empleada no solo para pintar los jeroglíficos, sino para diversos adornos y objetos de culto. El material se fabricaba en Tepoxtlán y Culhuacán, y ahora en nuestros días los indígenas en algunos pueblos de los Estados de Veracruz, Puebla e Hidalgo.
Las tintas empleadas en la escritura y decoración de los codices las obtenían de diversas sustancias vegetales y minerales. El color rojo lo sacaban de la grana, del achiote el vermellón, el negruzco del palo del tinte o de Campeche, el rojo del arbusto tezoatl, hervido con alumbre, el amarillo claro de zacatlaxcalli y obscuro del ocre, el anaranjado de las hojas del xochipalli, mezclados con nitro, el azul turquí y claro del añil, el blanco del tizate, el negro del huizache y otros ingredientes o con el negro del humo, etc.
Y en cuanto a los jeroglíficos y la factura de los manuscritos se encomendaba a los tlacuilos o sean los escribas o pintores, cuyo oficio exigía, aparte de la pericia en el arte, una vasta cultura acerca de los temas en ellos desarrollados. La lectura de los jeroglíficos se enseñaban en las escuelas y los sacerdotes iniciaban en la descodificación y conocimientos de los libros hieráticos a los que seguían la carrera sacerdotal. Empleaban para dibujar los contornos de las figuras una caña cortada a semejanza del calamus de los romanos, en otros casos un instrumento puntiagudo, quizás una púa de maguey, según puede verse en una lamina del códice Mendocino, y probablemente un pincel para llenar o iluminar los blancos.
Los Códices
Los manuscritos o libros usados para los indígenas de los pueblos civilizados de nuestro territorio, se conocen con el nombre de códices, en virtud de su gran valor, tanto intrínseco como extrínseco. Formados por largas tiras de papel, compuesta por varios fragmentos unidos por medio de costuras, escritas por ambos lados y divididas en rectángulos en la generalidad de los casos. Estos libros los poseían y usaban los Toltecas, los Nahuas, los Mixtecos- Tzapotecos, los Mayas, los Totonacas y los Huastecas. Algunas otras tribus, como los Tarascos, los Otomíes y los Matlaltzincas, ejecutaban sus pinturas en mantas y lienzos de dimensión varia.
En general los códices pueden clasificarse en tres grupos: 1) por su época: precortesianos o prehispánicos, los anteriores a la conquista; y poscortesianos, los posteriores a esa época. 2) por su filiación o procedencia: nahuas, mixtecos, zapotecos, mayas, etc. 3) por su contenido: cronológicos, históricos, hieráticos, genealógicos, etc.
La Imprenta:
La imprenta fue introducida en Mexico, por su primer obispo don fray Juan de Zumárraga, habiendo sido la primera cuidad del continente Americano que disfruto de tal beneficio. Se consta que el primer impresor que se estableció en dicha cuidad fué Esteban Martín, se sabe timbre o principios de octubre de 1539. En tal año sacó a lña luz la Breve y mas compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana, impresa por orden y a expensas del ilustrísimo señor Zumárraga.
Debido al auge material e intelectual que iba adquiriendo la capital del Virreinato, sucesivamente se fueron estableciendo en el resto del siglo nuevos talleres tipográficos por artífices competentes, venidos de Europa, que hicieron progresar el arte elevándolo a grande altura por medio de sus importantes y bien acabadas producciones. Entre ellos estuvo Antonio Espinosa, español, considerado como el mejor tipógrafo de su época, Pedro Ocharte, francés, Pedro Balli, Antonio Ricardo, Cornelio Adriano César, italiano, y Enrico Martinez, alemán más conocido como cosmografía que como impresor.
En el siglo XVII continuó el desarrollo de la imprenta con nuevos y mejores condicionados talleres, entre los que se distinguieron los de Diego López Dávalos, Juan Ruíz, Juan Blanco de Alcazár, que al fin se radico en Puebla, Bernardo Calderón, cuya imprenta duró 132 años en poder suyo y de sus descendientes, Juan de Ribera, Francisco Rodriguez Lupercio, Juan Jose de Guillena Carrascoso y otros más. En el siglo XVIII, mucho más fecundo en producción que los precedentes, continuo la decadencia del arte tipográfico, desde el punto de vista del buen gusto, no obstante que se contó con establecimientos de mayor importancia. Los principales de restos fueron entre otros los del Colegio de San Ildefonso, de la Biblioteca Mexicana, fundada por el canónigo don Juan José de Eguiara y Eguren para publicar su obra de ese título, de don José Felipe de Zúñiga y Ontiveros, de don José Bernardo de Hogal y de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros, aparte otros de menor categoría, pero que contribuyeron con aquellos a la difusión de la cultura por medio del libro, del opúsculo y del periódico.
En las dos primeras décadas de la XIX centuria, trabajaron con grande actividad entre otros establecimientos tipográficos, cuyas producciones, dadas las circunstancias de la época, fueron en su mayor parte de carácter político, los de don Felipe de Zuñiga y Ontiveros, don Juan Bautista de Arizpe, don Manuel Antonio Valdés y su hijo don Alejandro. Con suma lentitud se extendió la imprenta en el resto del Virreinato. A Puebla le llevo hacia 1642 don Francisco Robledo, según parece a instancias del celebre obispo de esa iglesia de don Juan de Palafox y Mendoza, y fué después de México, donde más floreció el arte tipográfico.
También cabe mencionar las imprentas volantes que durante la guerra de independencia recorrieron el país tras de los ejércitos insurgentes, y a costa de incontables sacrificios, por medio de prensas incipientes y hasta con tipos de madera elaborados con grande ingenio, publicaron periódicos volantes para propagar la causa de la emancipación nacional.
A fines de la tercera década del silfo comenzó a resurgir el arte de imprimir, levantandose del estado de postración en que se hallaba. Inició este movimiento don Ignacio Cumplido, quien dotado de gran gusto artístico y animado de espíritu emprendedor montón establecimiento tipográfico, que después amplió considerablemente dotándolo con la maquinaria más moderna, que lo elevaron hasta ocupar el primer lugar entre las imprentas de México. Además fundó una escuela de tipógrafos, la primera de su género en la República, en la que se formaron varios jóvenes que con el tiempo se distinguieron por su pericia y sus aptitudes en el arte.
Las guerras civiles que envolvieron al país a principios de la segunda mitad del siglo, significaron un sensible estancamiento, o mejor dicho, retroceso de las artes gráficas. Hasta transcurridos a algunos años darles un nuevo impulso con la creación de nuevos establecimientos provistos de todos los elementos modernos, mas la producción tipográfica no consiguió equipararse, sino en casos excepcionales a la época anterior.En los tiempos actuales, debido a los progresos del arte, las imprentas se han multiplicado y acondicionado con útiles y maquinaria mecánica de primer orden. La producción bibliográfica ha aumentado notablemente, aunque dominada por el maquinismo y el mercantilismo reinantes, que si bien es cierto han contribuido a la difusión del libro, por otra parte son obstáculos para el logro de su belleza y elegancia, cualidades que, como lo demuestran las obras maestras de la tipografía en el curso de cinco siglos, no son frutos de la perfección y la rapidez de las máquinas, sino de los dotes artísticos, del buen gusto y de la laboriosidad de los impresores.
El Grabado de Madera y el Grabado en Lámina
Probablemente las primeras panchas que se utilizaron en la decoración de los libros procedieron de España y se empleó este genero de grabado en la confección clandestina de naipes, cuya importancia estaba prohibida. Ya en los libros del siglo XVI encontramos viñetas y letras capitales, que por los motivos indefensa que se presentan algunas de ellas, demuestran que fueron confeccionadas en Mexico y hasta por artistas mexicanos. El grabado en madera tuvo gran demanda en la época colonial, motivos decorativos, escudos de armas, figuras ornamentales y principalmente imágenes religiosas fueron estampadas por medio de este procedimiento y su gran número lo demuestran particularmente la cantidad de los efigies de santos que ya sueltas o ya ilustrando libros y opúsculos han llegado hasta nosotros.
Un alemán A. Heimberger grabó algunas figuras para El Espectador de Mexico, cuya tarea continuó don Miguel Pacheco; y el impresor don Rafael de Rafael dejó muestras de su habilidad en el arte en las paginas del Museo Mexicano. En la última década del siglo XIX y la primera del actual floreció en la capital, como uno de los pocos cultivadores de este arte don José Guadalupe Posada, oriundo de Aguascalientes, quien, según se dice, tallo mas de 15,000 planchas que ilustraron varios periódicos de caricaturas y los numerosos corridos populares que publicaba don Antonio Venegas Arroyo. En 1929 volvió a abrirse la clase de grabado en relieve en la Escuela Nacional de las Bellas Artes, de la que se hizo cargo el hábil grabador don Francisco Diaz de Léon, y mas tarde en la Escuela de Artes Plásticas, se encomendó la enseñanza de la misma materia al no menos perito don Carlos Alvarado Lang.
En el siglo XVIII fueron numerosos los cultivadores del grabado al buril, entre los que mencionaremos a don Francisco Agüera Bustamante, don Francisco Rodriguez Juárez, don Francisco Javier Márquez, don José Eligio Morales, don José de Nava, don Ignacio García de las Prietas, don Diego Troncoso, don Manuel Villavicencio y don Diego de Villegas. En 1778 el rey Carlos III creó una escuela de grabado en México, cuya dirección se encomendó a don Jerónimo Antonio Gil, profesor de grabado en lámina de la Real Academia de San Fernando de Madrid. La escuela se inauguró tres años después de la Casa de Moneda, de la que Gil era grabador mayor, y en 1783 pasó a formar parte de la recientemente creada Academia de San Carlos, a cuyas clases acudieron varios jóvenes amantes del arte, entre los que sobresalieron por su pericia don Francisco Gordillo, don José María Montes de Oca, don Manuel Carmona, don José Mariano Torreblanca, don José Molina y Garrido, don José Mariano del Aguila y don Julián Marchena.
Gil, después de ejecutar algunas obras notables por su arte, murió en 1798 y le sucedieron sucesivamente en la dirección del grabado don Joaquín Fabregat, don Pedro Vicente Rodriguez y don Mariano Jordán, hasta que a raíz de la consumación de la independencia se clausuró la cátedra y a duras penas pudo sobrevivir la Academia. El grabado en lámina desgraciadamente no puede competir ni en el precio ni en la rapidez de su ejecución con los grabados fotomecánicos, circunstancias que han impedido su desarrollo y su difusión.
La Litografía y El Grabado Fotomecánico
Claudio Linati y Gaspar Franchini firmaron para traer a México el arte litográfico Embarcados los útiles y maquinas en Amberes a principios de junio de dicho año, a su arribo a la capital abrieron una oficina y dieron a conocer los primeros ensayos de arte, en el periódico El Iris, publicado en 1826. Linati se vió obligado a abandonar el país por motivos políticos, y parece que el gobierno adquirió el taller, en el cual Federico Waldeck litografió las estampas que ilustran la Colección de las antigüedades mexicanas que existen en el Museo Nacional, primera obra en que se empleó dicho procedimiento. El primer taller público que se estableció fué el de Rocha y Fournier, quienes en 1839 se asociaron con el dibujante don Mariano Jimeno e imprimieron no pocas estampas que ilustraron varias obras y revistas, logrando dar un gran impulso al arte litográfico.
En 1857 don Joaquín García Icazbalceta dijó: "La litografía ha hecho grandes procesos, y sus obras rivalizaban con las europeas, dejando atrás las de los Estados Unidos". Se poseen trabajos verdaderamente notables debidos al lápiz, a la pluma o al buril de artistas de sobresaliente mérito, entre los que descuellan, aparte de los ya mencionados, don Hesiquio, Iriarte, don Santiago Hernández, don Plácido Blanco, don Constancio Escalante, don José María Villasana, caricaturista de gran mérito como el anterior, don Casimiro Castro, don Joaquian Heredia y don Juan Antonio Altamirano.
De los grabados mecánicos derivados de la fotografía, el fotograbado es el que mayor existo ha tenido en México. Fue introducido hacia 1889 por el comodoro de la armada nacional don Angel Ortiz Monasterio, quien habiendo conocido en el extranjero sus procedimientos, concibió y realizo la idea de fundar un taller en México para su divulgación. En el referido taller se ejecutaron trabajos artísticos muy apreciables, y aumento su personal un italiano don José Tabarrache, quien perfeccionó el grabado de medio tono. Hacia 1829 don Rafael Reyes Spíndola trajo al país al fotograbador norteamericano Eduardo Smith para que fundara el taller del periódico El Universal, quien enseñó el procedimiento del grabado de línea a don Ignacio Loreto, que actualmente dirige el importante taller del diario Excelsior.
El fotograbado fué introducido por el diario Excelsior, cuyos primeros ensayos aparecieron en la edición dominical del primero de junio de 1919. Los primeros fueron importados de los Estados Unido, mas a partir del número correspondiente al 15 de agosto inmediato, fueron fabricados en el taller del periódico, por el competente fotograbadr don Teodoro Villalvazo.
La Encuadernación
Las encuadernaciones mexicanas en la época colonial fueron fieles imitaciones de las que venían de España y de otros países. La mayor parte de los libros se empastaban en pergamino y en piel de becerro. Las pastas de pergamino eran flexibles, a la española, generalmente con correas o presillas de cuero para asegurar las tapas y con el título de la obra escrito con tinta negra, aveces combinada con roja o a lo largo del lomo, las que solían adornar con pequeños hierros estampados en negro u oro. El material que se empleaba en las tapas era de cartón, pues la madera se reservó para los volúmenes de gran tamaño y particularmente para los libros de coro de los monasterios y catedrales. En el siglo XVII empezaron a encuadernarse los libros de lujo en tisú, demarco, terciopelo y brocado, y los de grandes dimensiones, como los corales, en becerro o vaqueta, adornados con clavazones y cantoneras de hierro. En la encuadernación de documento se empleaba con frecuencia la forma de cartera con adornos dorados o simplemente estampados.
En su mayor parte los libros que produjeron las prensas fueron destinados a la instrucción y evangelización de los indios, construyendo en conjunto un repertorio valioso sobre filología indígena. Cartillas, artes, vocabularios, doctrinas, manuales y confesionarios en mexicano, otomí, tarascó, mixteco, huasteco, zapoteco y otras lenguas menores fueron los frutos de los primeros misioneros. También produjeron las prensas libros litúrgicos, de legislación eclesiástica y civil, filosofía, física, medicina, ciencias naturales y otras materias, cuyos ejemplares buscan los bibliófilos con pasión y los conservan como joyas en los anaqueles de sus bibliotecas.
Se continuó la publicación de libros destinados a la evangelización de los indios, enriqueciendo la filología con numerosos estudios sobre las lenguas del país y salieron a la luz de las primeras crónicas de las ordenes religiosas, de los franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, que vinieron a construir verdaderos arsenales de investigación acerca de la historia, la geografía y la etnología de las regiones a que se refieren. No escasearon las obras científicas, particularmente filosóficas, jurídicas, medicas y astronómicas; numerosas vidas de santos y de varones insignes por sus virtudes, elogios fúnebres y relaciones de méritos.
En el mismo siglo se generalizo la costumbre de dar a conocer los sucesos memorables, tanto locales como extranjeros. A la llegada de cada flota reunían los impresores las noticias recibidas, como triunfos de armas, nacimientos, bodas y juras reales, catástrofes, provisiones de mercedes y empleos y otras mas que daban a luz, según su extensión, ora en hojas sueltas, ora en opúsculos de pocas páginas, bajo los títulos de noticias, relaciones, nuevas. Aunque la periodicidad de estas publicaciones no era fija, pueden considerarse como las precursoras del periodismo nacional.
Conclusiones:
El tener una perspectiva y un conocimiento de los primeros escritos en México es ampliar la visión y el carácter importante de tan presiadas reliquias de la comunicación en el país. Los materiales, las tintas, los pintores y escritores, los que realizaron cada uno de los escritos se mantienen en el elogio de los que valoramos la escritura, la literatura, las artes y la comunicación. Es interesante ver la evolución y la historia de los procesos de la comunicación desde tiempos antiguos. Desde el comienzo el hombre ha necesitado forzosamente expresar sus ideas, registrar su estancia en la vida y progresar su visión hacia el futuro de la forma en que se comunicará con el mundo, de su constante humanización. Probablemente, el futuro de las comunicaciones, de los escritos de la expresión humana, se registren en materiales imaginables, de formas utópicas, como ahora sucede con las nuevas tecnologías, remplazando muchas veces las formas clásicas de comunicación.
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