lunes, 5 de marzo de 2012

La Imprenta en México


La conquista de México precede en una docena de años a la del Cuzco, y así todo en la organización del virreinato del Perú va con algunos años de retraso; ya que la imprenta apareció en Lima unos cuarenta y cinco años más tarde que en México. Se mencionan obras impresas en México en los años 1535 y 1537, pero hoy son desconocidas; y de cualquier forma, la Imprenta no debió tener desarrollo, caso de existir, pues Sevilla imprimía libros de catequesis, como la Doctrina en lengua de indios de Mechuacán ( Sevilla, 1538), del obispo don Vasco de Quiroga. Se tuvo en el país la fortuna de tener por primer obispo un hombre de excepcionales dotes organizadores, fray Juan de Zumárraga, y a él sabemos que cabe el mérito de las gestiones conducentes a la obtención de la licencia y ayuda necesarias para la presa.

En el año de 1539 sacó Juan Pablo a luz la Breve y mas compendiosa doctrina cristiana, obra mandada imprimir por el mismo Zumárra; esta publicación fué dada a conocedor Jiménez de la Espada y hoy es ignorado su paradero. Tras esa Docrina nos es conocido cierto Manual de los adultos para bautizar, obra de Fray Pedro de Logroño, impresa en 1540, cuyas dos únicas hojas existentes se guardan en la Biblioteca Nacional de Madrid.

En la producción misional impresa en México se destaca el burgalés Fr. Juan de Gaona, Franciscano, estudiante en París, catedrático de Teología en Valladolid, va a consagrar su esmeradísima formación eclesiástica al servicio de los indios, cuya lengua mexicana domino como nadie. En la impresión de estos libros misionales, muchos de Alonso Molina, además de trabajar la oficina del ya citado Juan Pablos, se distinguió notablemente Antonio de Espinosa, el segundo impresor que aparece en América, renovador de las prensas mexicanas. A él se debe la supresión del monopolio que cerca de veinte años venía disfrutando Juan Pablos con gran prejuicio del arte tipográfico.

Publicaciones Litúrgicas y Científicos.

En cuanto a la imprenta de Espinosa es notable por que de ella salen varios libros litúrgicos, de rezo y de canto, cuya belleza y primor de ejecución, en tintas roja y negra, hermosos grabados, orlas de paginas e iniciales ornadas, compiten con las mejores obras de su clase producidas por la tipografía europea.

El iniciador de las publicaciones científicas es el agustino toledano Fr. Alonso de la Vera Cruz. Formado en la Universidad mexicana y para su enseñanza en ésta escribió importantes obras, dándose el caso de que la Universidad madre recogió y utilizó los textos de la Universidad colonial. Algunos de los títulos fueron La Recognitio Summularum, impresa en México por Juan Pablos en 1554, fué reimpresa varias veces en Salamanca, en 1562, 1569, 1573, 1593, ampliando su título: Recognitio Summularum cum texto Petri Hispani, et Aristotelis. De estos textos universitarios, salidos de las varias imprentas que se establecieron en México, se conservan otros muchos como la Introductio in Dialecticam Aristotelis, del P. Francisco de Toledo, junto con el tratado de Sphaera, del P. Francisco de Maurolico, 1578, el De construcciones coto partium orationis, del P. Manuel Alvarez, 1579, etc.

El primer libro de medicina que se publica en el Nuevo Mundo es el de las Opera medicinalia, del andaluz Francisco Bravo, natural de Osuna, impresas por Pedro Ocharte en 1570. Después, en 1578, la Suma y recopilación de la chrigía del conquense Alonso López, natural de los Hinojosos. En el presente Colección de Incunables se incluye el Tractado breve de 1592, cuyos libros Cuarto y Quinto comprendan también la Cirugía y la Anatomía.

Impresos Literarios

En la lengua latina aparecen en la primera muestra tipográfica que conservamos. Al final del ya citado Manual de Adultos, una de las paginas está ocupada por varios místicos debidos al burgalés Cristonal de Cabrera, primer ensayo de versificación clásica renacentista hecho en el Nuevo Mundo, primer latín impreso en el continente americano. El jesuíta italiano Vivente Lanuchi renovó entonces en México la perpetua cuestión, agitada desde la antigüedad, de si los autores paganos debían ser leídos por los cristianos; sus escrúpulos fueron desaprobados por los superiores, y en 1577 los jesuítas publicaban un Ovidio a la vez que unos Emblemata de Alciato, para uso de las escuelas de la Compañía.

Entre las obras literarias en romance se menciona en primer lugar el Cancionero Espiritual, de Fr. Bartolomé de las Casas, impreso en 1546. Más tarde tenemos de Cervantes de Salazar el Túmulo Imperial, impreso en 1560, describiendo las honras fúnebres de Carlos V en la capital del Virreinato; lleva este libro un diseño del catafalco imperial, grabado hecho en México para el nuevo impresor Antonio de Espinosa. El sevillano Juan de Cárdenas, al año siguiente de graduarse de Doctor en Medicina, y a sus veintiséis años de edad, pública la primera parte de los Problemas y secretos maravillosos de las Indias, curiosa muestra de la credulidad de los autores clásicos sirviendo de autorizado apoyo a la credulidad de las maravillosas indianas. Las obras de mayor importancia en la historia literaria no se inician sino en los primeros años del siglo siguiente con la Grandeza Mexicana de Valbuena, en 1604, y con la Ortografía de Mateo Alemán, 1609.

Publicaciones Pragmáticas

En cuanto a este tipo de publicaciones, las pragmáticas o de negocios y noticias se habrán perdido en su mayor parte, a causa de su interés efímero y de su uso práctico cotidiano. Muestra de este género de impresos es la Relación del espantable terremoto que ágora nuevamente ha acontecido en la cibdat de Guatemala, 1541, por Juan Rodriguez, que es también de las muestras tipográficas más antiguas conservadas.

La Imprenta en Lima

En Lima la imprenta se inicia como una prolongación de la de México. El piamontés Antonio Ricardo, natural de Turín, después de trabajar varios años en México como impresor, se traslado a Lima en 1579, sin preocuparse de obtener la licencia real necesaria para ejercer su arte, por lo cual sus útiles fueron embargados.

Fueron las necesidades catequísticas, en Lima como en México, las que dieron el paso decisivo para vencer la dificultad. Como el Concilio de Lima de 1582-83 dispusiese la redacción de un catecismo para adoctrinar a los indios, los jesuítas, el célebre P. José de Acosta entre ellos, emprendieron la redacción de la obra, y enseguida gestionaron cerca de Felipe II la licencia para imprimir en Lima.

Conclusiones

Hemos visto la necesidad constante por querer mejorar los modos de comunicación en los medios, por medio de la imprenta, en los libros. Preocupados por mejorar el material de las escrituras e implementar los conocimientos, algunos han buscado la forma de evolucionar en los procesos de la imprenta y la escritura en el país. Hoy, el medio más recurrente de escritura y de publicaciones se encuentra principalmente en el internet, sin la necesidad tampoco de eliminar la cultura del libro. Quizás mañana nuestro compromiso constante por mejorar, adaptar y facilitar el acceso a las publicaciones, información, literatura, etc, harán de la comunicación humana un futuro utópico e imaginable para todos, solo se trata de mantener en cambio constante, con un fin humano y creativo y un futuro más igualitario y menos costoso.

El Libro en México


En la antigüedad, las culturas prehispánicas, si deseaban expresar graficamente sus pensamientos lo hacían por medio de dibujos, ya objetiva, ya ideográficamente; por ejemplo, si querían decir hombre, pintaban su figura, si querían decir palabra, entonces pintaban una virgulilla que salía de la boca. Orozco y Berra dicen que en las pinturas mexica el dibujo es incorrecto, los contornos angulosos y duros, carecen de términos y gradaciones las figuras puestas en contraste; no siempre guardan proporción las figuras puestas en contraste, etc. Pero en realidad nunca se trato de pinturas si no más bien de un lenguaje destinado a despertar ideas, representados siempre de la misma manera con un sistema convencional y como tal practicado.

Materiales, Tintas y Pintores

Los indigenas utilizaban para sus escritos diversos clases de papel, fabricado con las fibras de ciertas plantas textiles. Empleaban también pieles de tigre o de venado. En la manufactura del papel seguían un procedimiento semejante al utilizado por los egipcios en la fabricación del papiro. El nombre de amatl quedó común para el papiro, para la materia de que se hacía y para los libros; empleada no solo para pintar los jeroglíficos, sino para diversos adornos y objetos de culto. El material se fabricaba en Tepoxtlán y Culhuacán, y ahora en nuestros días los indígenas en algunos pueblos de los Estados de Veracruz, Puebla e Hidalgo.

Las tintas empleadas en la escritura y decoración de los codices las obtenían de diversas sustancias vegetales y minerales. El color rojo lo sacaban de la grana, del achiote el vermellón, el negruzco del palo del tinte o de Campeche, el rojo del arbusto tezoatl, hervido con alumbre, el amarillo claro de zacatlaxcalli y obscuro del ocre, el anaranjado de las hojas del xochipalli, mezclados con nitro, el azul turquí y claro del añil, el blanco del tizate, el negro del huizache y otros ingredientes o con el negro del humo, etc.

Y en cuanto a los jeroglíficos y la factura de los manuscritos se encomendaba a los tlacuilos o sean los escribas o pintores, cuyo oficio exigía, aparte de la pericia en el arte, una vasta cultura acerca de los temas en ellos desarrollados. La lectura de los jeroglíficos se enseñaban en las escuelas y los sacerdotes iniciaban en la descodificación y conocimientos de los libros hieráticos a los que seguían la carrera sacerdotal. Empleaban para dibujar los contornos de las figuras una caña cortada a semejanza del calamus de los romanos, en otros casos un instrumento puntiagudo, quizás una púa de maguey, según puede verse en una lamina del códice Mendocino, y probablemente un pincel para llenar o iluminar los blancos.

Los Códices

Los manuscritos o libros usados para los indígenas de los pueblos civilizados de nuestro territorio, se conocen con el nombre de códices, en virtud de su gran valor, tanto intrínseco como extrínseco. Formados por largas tiras de papel, compuesta por varios fragmentos unidos por medio de costuras, escritas por ambos lados y divididas en rectángulos en la generalidad de los casos. Estos libros los poseían y usaban los Toltecas, los Nahuas, los Mixtecos- Tzapotecos, los Mayas, los Totonacas y los Huastecas. Algunas otras tribus, como los Tarascos, los Otomíes y los Matlaltzincas, ejecutaban sus pinturas en mantas y lienzos de dimensión varia.

En general los códices pueden clasificarse en tres grupos: 1) por su época: precortesianos o prehispánicos, los anteriores a la conquista; y poscortesianos, los posteriores a esa época. 2) por su filiación o procedencia: nahuas, mixtecos, zapotecos, mayas, etc. 3) por su contenido: cronológicos, históricos, hieráticos, genealógicos, etc.

La Imprenta:

La imprenta fue introducida en Mexico, por su primer obispo don fray Juan de Zumárraga, habiendo sido la primera cuidad del continente Americano que disfruto de tal beneficio. Se consta que el primer impresor que se estableció en dicha cuidad fué Esteban Martín, se sabe timbre o principios de octubre de 1539. En tal año sacó a lña luz la Breve y mas compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana, impresa por orden y a expensas del ilustrísimo señor Zumárraga.

Debido al auge material e intelectual que iba adquiriendo la capital del Virreinato, sucesivamente se fueron estableciendo en el resto del siglo nuevos talleres tipográficos por artífices competentes, venidos de Europa, que hicieron progresar el arte elevándolo a grande altura por medio de sus importantes y bien acabadas producciones. Entre ellos estuvo Antonio Espinosa, español, considerado como el mejor tipógrafo de su época, Pedro Ocharte, francés, Pedro Balli, Antonio Ricardo, Cornelio Adriano César, italiano, y Enrico Martinez, alemán más conocido como cosmografía que como impresor.

En el siglo XVII continuó el desarrollo de la imprenta con nuevos y mejores condicionados talleres, entre los que se distinguieron los de Diego López Dávalos, Juan Ruíz, Juan Blanco de Alcazár, que al fin se radico en Puebla, Bernardo Calderón, cuya imprenta duró 132 años en poder suyo y de sus descendientes, Juan de Ribera, Francisco Rodriguez Lupercio, Juan Jose de Guillena Carrascoso y otros más. En el siglo XVIII, mucho más fecundo en producción que los precedentes, continuo la decadencia del arte tipográfico, desde el punto de vista del buen gusto, no obstante que se contó con establecimientos de mayor importancia. Los principales de restos fueron entre otros los del Colegio de San Ildefonso, de la Biblioteca Mexicana, fundada por el canónigo don Juan José de Eguiara y Eguren para publicar su obra de ese título, de don José Felipe de Zúñiga y Ontiveros, de don José Bernardo de Hogal y de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros, aparte otros de menor categoría, pero que contribuyeron con aquellos a la difusión de la cultura por medio del libro, del opúsculo y del periódico.

En las dos primeras décadas de la XIX centuria, trabajaron con grande actividad entre otros establecimientos tipográficos, cuyas producciones, dadas las circunstancias de la época, fueron en su mayor parte de carácter político, los de don Felipe de Zuñiga y Ontiveros, don Juan Bautista de Arizpe, don Manuel Antonio Valdés y su hijo don Alejandro. Con suma lentitud se extendió la imprenta en el resto del Virreinato. A Puebla le llevo hacia 1642 don Francisco Robledo, según parece a instancias del celebre obispo de esa iglesia de don Juan de Palafox y Mendoza, y fué después de México, donde más floreció el arte tipográfico.

También cabe mencionar las imprentas volantes que durante la guerra de independencia recorrieron el país tras de los ejércitos insurgentes, y a costa de incontables sacrificios, por medio de prensas incipientes y hasta con tipos de madera elaborados con grande ingenio, publicaron periódicos volantes para propagar la causa de la emancipación nacional.

A fines de la tercera década del silfo comenzó a resurgir el arte de imprimir, levantandose del estado de postración en que se hallaba. Inició este movimiento don Ignacio Cumplido, quien dotado de gran gusto artístico y animado de espíritu emprendedor montón establecimiento tipográfico, que después amplió considerablemente dotándolo con la maquinaria más moderna, que lo elevaron hasta ocupar el primer lugar entre las imprentas de México. Además fundó una escuela de tipógrafos, la primera de su género en la República, en la que se formaron varios jóvenes que con el tiempo se distinguieron por su pericia y sus aptitudes en el arte.

Las guerras civiles que envolvieron al país a principios de la segunda mitad del siglo, significaron un sensible estancamiento, o mejor dicho, retroceso de las artes gráficas. Hasta transcurridos a algunos años darles un nuevo impulso con la creación de nuevos establecimientos provistos de todos los elementos modernos, mas la producción tipográfica no consiguió equipararse, sino en casos excepcionales a la época anterior.En los tiempos actuales, debido a los progresos del arte, las imprentas se han multiplicado y acondicionado con útiles y maquinaria mecánica de primer orden. La producción bibliográfica ha aumentado notablemente, aunque dominada por el maquinismo y el mercantilismo reinantes, que si bien es cierto han contribuido a la difusión del libro, por otra parte son obstáculos para el logro de su belleza y elegancia, cualidades que, como lo demuestran las obras maestras de la tipografía en el curso de cinco siglos, no son frutos de la perfección y la rapidez de las máquinas, sino de los dotes artísticos, del buen gusto y de la laboriosidad de los impresores.

El Grabado de Madera y el Grabado en Lámina

Probablemente las primeras panchas que se utilizaron en la decoración de los libros procedieron de España y se empleó este genero de grabado en la confección clandestina de naipes, cuya importancia estaba prohibida. Ya en los libros del siglo XVI encontramos viñetas y letras capitales, que por los motivos indefensa que se presentan algunas de ellas, demuestran que fueron confeccionadas en Mexico y hasta por artistas mexicanos. El grabado en madera tuvo gran demanda en la época colonial, motivos decorativos, escudos de armas, figuras ornamentales y principalmente imágenes religiosas fueron estampadas por medio de este procedimiento y su gran número lo demuestran particularmente la cantidad de los efigies de santos que ya sueltas o ya ilustrando libros y opúsculos han llegado hasta nosotros.

Un alemán A. Heimberger grabó algunas figuras para El Espectador de Mexico, cuya tarea continuó don Miguel Pacheco; y el impresor don Rafael de Rafael dejó muestras de su habilidad en el arte en las paginas del Museo Mexicano. En la última década del siglo XIX y la primera del actual floreció en la capital, como uno de los pocos cultivadores de este arte don José Guadalupe Posada, oriundo de Aguascalientes, quien, según se dice, tallo mas de 15,000 planchas que ilustraron varios periódicos de caricaturas y los numerosos corridos populares que publicaba don Antonio Venegas Arroyo. En 1929 volvió a abrirse la clase de grabado en relieve en la Escuela Nacional de las Bellas Artes, de la que se hizo cargo el hábil grabador don Francisco Diaz de Léon, y mas tarde en la Escuela de Artes Plásticas, se encomendó la enseñanza de la misma materia al no menos perito don Carlos Alvarado Lang.
En el siglo XVIII fueron numerosos los cultivadores del grabado al buril, entre los que mencionaremos a don Francisco Agüera Bustamante, don Francisco Rodriguez Juárez, don Francisco Javier Márquez, don José Eligio Morales, don José de Nava, don Ignacio García de las Prietas, don Diego Troncoso, don Manuel Villavicencio y don Diego de Villegas. En 1778 el rey Carlos III creó una escuela de grabado en México, cuya dirección se encomendó a don Jerónimo Antonio Gil, profesor de grabado en lámina de la Real Academia de San Fernando de Madrid. La escuela se inauguró tres años después de la Casa de Moneda, de la que Gil era grabador mayor, y en 1783 pasó a formar parte de la recientemente creada Academia de San Carlos, a cuyas clases acudieron varios jóvenes amantes del arte, entre los que sobresalieron por su pericia don Francisco Gordillo, don José María Montes de Oca, don Manuel Carmona, don José Mariano Torreblanca, don José Molina y Garrido, don José Mariano del Aguila y don Julián Marchena.

Gil, después de ejecutar algunas obras notables por su arte, murió en 1798 y le sucedieron sucesivamente en la dirección del grabado don Joaquín Fabregat, don Pedro Vicente Rodriguez y don Mariano Jordán, hasta que a raíz de la consumación de la independencia se clausuró la cátedra y a duras penas pudo sobrevivir la Academia. El grabado en lámina desgraciadamente no puede competir ni en el precio ni en la rapidez de su ejecución con los grabados fotomecánicos, circunstancias que han impedido su desarrollo y su difusión.

La Litografía y El Grabado Fotomecánico

Claudio Linati y Gaspar Franchini firmaron para traer a México el arte litográfico Embarcados los útiles y maquinas en Amberes a principios de junio de dicho año, a su arribo a la capital abrieron una oficina y dieron a conocer los primeros ensayos de arte, en el periódico El Iris, publicado en 1826. Linati se vió obligado a abandonar el país por motivos políticos, y parece que el gobierno adquirió el taller, en el cual Federico Waldeck litografió las estampas que ilustran la Colección de las antigüedades mexicanas que existen en el Museo Nacional, primera obra en que se empleó dicho procedimiento. El primer taller público que se estableció fué el de Rocha y Fournier, quienes en 1839 se asociaron con el dibujante don Mariano Jimeno e imprimieron no pocas estampas que ilustraron varias obras y revistas, logrando dar un gran impulso al arte litográfico.

En 1857 don Joaquín García Icazbalceta dijó: "La litografía ha hecho grandes procesos, y sus obras rivalizaban con las europeas, dejando atrás las de los Estados Unidos". Se poseen trabajos verdaderamente notables debidos al lápiz, a la pluma o al buril de artistas de sobresaliente mérito, entre los que descuellan, aparte de los ya mencionados, don Hesiquio, Iriarte, don Santiago Hernández, don Plácido Blanco, don Constancio Escalante, don José María Villasana, caricaturista de gran mérito como el anterior, don Casimiro Castro, don Joaquian Heredia y don Juan Antonio Altamirano.

De los grabados mecánicos derivados de la fotografía, el fotograbado es el que mayor existo ha tenido en México. Fue introducido hacia 1889 por el comodoro de la armada nacional don Angel Ortiz Monasterio, quien habiendo conocido en el extranjero sus procedimientos, concibió y realizo la idea de fundar un taller en México para su divulgación. En el referido taller se ejecutaron trabajos artísticos muy apreciables, y aumento su personal un italiano don José Tabarrache, quien perfeccionó el grabado de medio tono. Hacia 1829 don Rafael Reyes Spíndola trajo al país al fotograbador norteamericano Eduardo Smith para que fundara el taller del periódico El Universal, quien enseñó el procedimiento del grabado de línea a don Ignacio Loreto, que actualmente dirige el importante taller del diario Excelsior.

El fotograbado fué introducido por el diario Excelsior, cuyos primeros ensayos aparecieron en la edición dominical del primero de junio de 1919. Los primeros fueron importados de los Estados Unido, mas a partir del número correspondiente al 15 de agosto inmediato, fueron fabricados en el taller del periódico, por el competente fotograbadr don Teodoro Villalvazo.

La Encuadernación

Las encuadernaciones mexicanas en la época colonial fueron fieles imitaciones de las que venían de España y de otros países. La mayor parte de los libros se empastaban en pergamino y en piel de becerro. Las pastas de pergamino eran flexibles, a la española, generalmente con correas o presillas de cuero para asegurar las tapas y con el título de la obra escrito con tinta negra, aveces combinada con roja o a lo largo del lomo, las que solían adornar con pequeños hierros estampados en negro u oro. El material que se empleaba en las tapas era de cartón, pues la madera se reservó para los volúmenes de gran tamaño y particularmente para los libros de coro de los monasterios y catedrales. En el siglo XVII empezaron a encuadernarse los libros de lujo en tisú, demarco, terciopelo y brocado, y los de grandes dimensiones, como los corales, en becerro o vaqueta, adornados con clavazones y cantoneras de hierro. En la encuadernación de documento se empleaba con frecuencia la forma de cartera con adornos dorados o simplemente estampados.

En su mayor parte los libros que produjeron las prensas fueron destinados a la instrucción y evangelización de los indios, construyendo en conjunto un repertorio valioso sobre filología indígena. Cartillas, artes, vocabularios, doctrinas, manuales y confesionarios en mexicano, otomí, tarascó, mixteco, huasteco, zapoteco y otras lenguas menores fueron los frutos de los primeros misioneros. También produjeron las prensas libros litúrgicos, de legislación eclesiástica y civil, filosofía, física, medicina, ciencias naturales y otras materias, cuyos ejemplares buscan los bibliófilos con pasión y los conservan como joyas en los anaqueles de sus bibliotecas.

Se continuó la publicación de libros destinados a la evangelización de los indios, enriqueciendo la filología con numerosos estudios sobre las lenguas del país y salieron a la luz de las primeras crónicas de las ordenes religiosas, de los franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, que vinieron a construir verdaderos arsenales de investigación acerca de la historia, la geografía y la etnología de las regiones a que se refieren. No escasearon las obras científicas, particularmente filosóficas, jurídicas, medicas y astronómicas; numerosas vidas de santos y de varones insignes por sus virtudes, elogios fúnebres y relaciones de méritos.

En el mismo siglo se generalizo la costumbre de dar a conocer los sucesos memorables, tanto locales como extranjeros. A la llegada de cada flota reunían los impresores las noticias recibidas, como triunfos de armas, nacimientos, bodas y juras reales, catástrofes, provisiones de mercedes y empleos y otras mas que daban a luz, según su extensión, ora en hojas sueltas, ora en opúsculos de pocas páginas, bajo los títulos de noticias, relaciones, nuevas. Aunque la periodicidad de estas publicaciones no era fija, pueden considerarse como las precursoras del periodismo nacional.

Conclusiones:

El tener una perspectiva y un conocimiento de los primeros escritos en México es ampliar la visión y el carácter importante de tan presiadas reliquias de la comunicación en el país. Los materiales, las tintas, los pintores y escritores, los que realizaron cada uno de los escritos se mantienen en el elogio de los que valoramos la escritura, la literatura, las artes y la comunicación. Es interesante ver la evolución y la historia de los procesos de la comunicación desde tiempos antiguos. Desde el comienzo el hombre ha necesitado forzosamente expresar sus ideas, registrar su estancia en la vida y progresar su visión hacia el futuro de la forma en que se comunicará con el mundo, de su constante humanización. Probablemente, el futuro de las comunicaciones, de los escritos de la expresión humana, se registren en materiales imaginables, de formas utópicas, como ahora sucede con las nuevas tecnologías, remplazando muchas veces las formas clásicas de comunicación.

viernes, 17 de febrero de 2012

ÉPOCA PREHISPÁNICA: 4) EL PAPEL AMATE


Las investigaciones realizadas sobre la manufactura del papel amate corresponde al Clásico. La existencia de machacadores de piedra que datan del 500 al 600 d. C y que han sido encontrados en varios sitios arqueológicos del país lo confirman. Esas piedras eran, y son la principal herramienta con la que el artesano manufacturaban las hojas de papel. El amate fue utilizado para la elaboración de números documentos o códices. La destrucción generalizada de documentos al principio de la Colonia, el descuido y el abandono de otros, aunados a la inevitable acción del tiempo, han sido los principales causantes de las perdidas irreparables de estas reliquias.

Los primeros datos que se tienen acerca del papel se advierten en los escritos de algunos cronistas del siglo XVI, tales como Mártir de Anglería, fray Diego de Landa, Bernal Díaz del Castillo y fray Bernardino de Sahagún, autores que hablan de papeles manufacturados con diversas fibras vegetales como el maguey, la palma y el amate. Se sabe que las fibras vegetales utilizadas en la elaboración del amate provienen de las cortezas internas de diferentes géneros y especies de árboles del genero Ficus y Morus, los cuales pertenecen a la familia de moráceas.

Francisco Hernández, protomédico del rey Felipe II, fue el único que dejó alguna información acerca de la fabricación del papel amate. Según él, los hacedores del papel cortaban únicamente las ramas gruesas de los árboles, dejando los renuevos. En seguida se dejaban reblandecer las ramas en los ríos o arroyos cercanos durante una noche. Al día siguiente, se arrancaba la corteza de la rama y se separaban la corteza externa de la interna para guardar únicamente está última. Una vez limpia la corteza, se extendían los segmentos de fibras sobre una superficie plana y se golpeaban las fibras con un machacador de piedra estriado hasta obtener una hoja. Posteriormente, se golpeaban de nuevo con otra piedra sin estrías para dejar liso el papel.

En la actualidad, los fabricantes de papel de San Pablito compran sus fibras al jonotero, que por lo general es una persona ajena a los habitantes del pueblo. El jonotero se traslada por diferentes puntos de la sierra para recolectar las cortezas. En el lugar arranca la corteza del árbol y separa después la interna de la externa, para que posteriormente formar bultos; después lleva a vender su mercancía a los artesanos. En lugar de reblandecer la fibra del río, los artesanos ponen a cocer el monote en grandes cazos. Las labores empiezan con la preparación del agua de cocción, a la que agregan cierta cantidad de ceniza y cal, lo cual ayuda a reblandecer la fibra y eliminar ciertas sustancias. El tiempo de cocción puede ir de tres a seis horas, dependiendo del tipo de fibra; durante esta cocción se mueven constantemente las fibras para controlar su cocimiento. Una vez cocidas, se enjuagan y se dejan reposar en recipientes con agua.

Con esto se comienza a la elaboración de la hoja de papel. El artesano deposita haces de fibras sobre una tabla de madera, formando lineas paralelas y cuidando que las fibras se distribuyan por igual en todas partes. Se disponen después otras en sentido perpendicular a las primeras para formar una especie de cuadrícula. Con el machacador de piedra, dan pequeños golpes regulares sobre las fibras hasta entrelazarlas y así formar la hoja de papel. la calidad de la hoja depende del tiempo de cocción de la fibra, pero también de la destreza y cuidado del artesano. Al final, dobla los bordes de la hoja hacia el interior con el fin de reforzar las orillas de papel. Para terminar el trabajo, deja secar la hoja al sol. Cabe mencionar que en las diversas actividades de elaboración de papel amate participan todos los miembros de la familia.

El papel amate se fabrica casi exclusivamente con fines comerciales, en contraste con su elaboración de la época prehispánica y hasta los años sesenta. Los artesanos distribuyen una gran cantidad de papel, lo cual ha permitido una diversidad de manifestaciones artísticas tanto en el arte contemporáneo como en nuestras expresiones populares, particularmente en Guerrero, donde algunas comunidades naguas, como la de Xalitla, adoptaron el amate desde hace décadas como soporte para sus pinturas.

ÉPOCA PREHISPÁNICA: 3) CÓDICES COLONIALES


La transformación fundamental de la sociedad prehispánica se inicia con la destrucción de las instituciones políticas superiores y la supuesta devastación de su ideología, lo que dio por resultado que los antiguos señoríos se convirtieran en comunidades campesinas y que las diferencias entre los estratos sociales indígenas tendieran a disminuir al incorporarse a un sistema social más amplio. Desaparecieron las expresiones del arte oficial de los grupos prehispánicos en el poder y la práctica de os conocimientos científicos a su servicio.

Aquellas condiciones, que fueron impuestas por el régimen colonial, determinaron procesos de cambio en la sociedad indígena que se reflejaron en múltiples rasgos de la cultura. La tradición de elaborar "libros pintados" que fue iniciada siglos antes en el Mexico prehispánico no se perdió con el triunfo de las huestes españolas, e incluso los lugares de procedencia de los códices coloniales coinciden, en su mayoría, con las áreas mesoamericanas.

En la elaboración de los códices coloniales se modificaron formatos, materiales, técnicas y sistemas de escritura, pero principalmente los objetivos y las temáticas que los animaron. Sobre su manufactura se continuó utilizando la mayor parte de los antiguos materiales. Fue disminuyendo el uso de pieles de venado y se siguieron pintando los códices sobre amate, y en menor escala, también de friba de agave o maguey, también en lienzos de algodón tejidos en telar de cintura. El papel europeo de lino, cáñamo o algodón fue la gran innovación y llegó a ser el mas utilizado.

Algunos códices coloniales son copias de documentos más antiguos o bien segundas versiones de un mismo tema, como es el caso del Códice Borbónico y del Tonalmatl de Aubin, ambos calendárico-religiosos. La Matricula de Tributos y el Códice Mendocino, con registros paralelos de los tributos pagados a México Tenochtitlán. En actitud contraria a la destrucción organizada y cotidiana de "las pinturas del demonio", los conquistadores advirtieron pronto la importancia de las pictografía como medio de comunicación entre vendedores y vencidos.

Existió interés de las autoridades novohispanas civiles y religiosas por conocer los aspectos de las culturas del México antiguo, como su historia y organización política, los sistemas de tributos, los recursos naturales y la producción, la religión y la cuenta del tiempo, con el objeto de fundamenta sus sistemas de dominio y evangelización. Esa política favoreció a la elaboración de algunos códices y de grupos tan importantes como los mapas de las relaciones geográficas, realizadas a partir de 1577 por órdenes de Felipe II y los códices testerianos, nombre dado a las doctrinas cristianas. Los tipos de códices se clasificaron de las siguientes formas:

Códices Calendárico-Rituales

Los calendárico-rituales son los calendarios prehispánicos adivinatorios de 260 días, y el libro o códice donde se registraban era el tonalamatl. A este grupo corresponden también las "ruedas calendáricas", llamadas así por su forma circular, como las siete Ruedas calendáricas de Veytia, que incluyen calendarios rituales y civiles y ciclos de 52 años.

Mapas y Planos

Estos fueron pintados con base en la concepción indígena del espacio, vertida en convenciones gráficas respecto a la orientación, las distancias, las proporciones de los elementos geográficos, las construcciones, los caminos, etc. El Mapa de Tepecuacuilco y los Mapas I y II del Códice Kingsborough son representativos de este grupo. En ellos se registraba información vinculada con los aspectos geográficos que se consideró indispensable crear un rubro paralelo para los documentos histórico-cartográficos. Se cuenta con el Códice Xolotl, el Mapa Sigüenza, los cuatro Mapas de Cuauhtinchan, el Mapa de la cuidad y valle de México o Mapa de Upsala, el Lienzo de Coixtlahuaca y de la región poblana, el Lienzo de Cuauhquechollan y el Códice de Cholula.

Códices Históricos

Los códices abarcan una larga lista de documentos de formatos y materiales muy diferentes y con una proyección temporal diversa. En algunos se registró la historia local de un señorío o de un conjunto de grupos étnicos, como en el Códice Azoyú y en la Historia tolteca-chichimeca, a diferencia de otros que abarcan historias regionales y simultáneas, como las que fueron registradas en la Tira de Tepexpan y en el Códice en cruz. Y también los registros de varios acontecimientos históricos, como el Lienzo de Tlaxcala o la Tira de la Peregrinación.

Códices Económicos

En este se incluían las "cuentas de la gente"o censos. Pintados como parte secundaria o principal de documentos de diferentes temáticas, entre los que se cuenta la Matricula de Huexotzingo y el Códice Vergara, así como los códices de tributos donde fueron registradas las relaciones de pagos a ecomenderos, como el Memorial de Tepetlaoztoc o Códice Kingsborough; de tributos entregados al ministro de la iglesia, como el Códice de Teloloapan, procedente del actual estado de Guerrero; el Códice de Otlazpan, de tributos locales a funcionarios indígenas y la caja de comunidad; y el Códice Sierra donde se escribieron los registros financieros y libros de cuentas.

Códices Jurídicos

Los códices jurídicos o de litigios son los testimonios de la parte indígena presentados durante procesos de lo civil, lo administrativo o lo criminal generados entre indígenas y españoles o, bien, entre miembros de las comunidades indígenas y agudizados por la administración autoritaria y la procuración de justicia unilateral propias del gobierno colonial. En el Códice Kingsborough fue registrada a nombre del cacique una solicitud de moderación de tributos dirigida al rey de España y en el Códice Osuna, se encuentran descritas las denuncias de varios pueblos en contra del virrey los oidores por el cobro ilegal de tributos, castigos corporales y la falta de pagos por el trabajo realizado en obras públicas.

jueves, 16 de febrero de 2012

ÉPOCA PREHISPÁNICA : 2) LOS CÓDICES MAYAS


Ya hemos visto una pequeña introducción a los momentos más importantes en la historia de los códices y sus estudios sobre ellos; esta vez veremos los más importantes y conocidos códices de la historia, los mayas. Aunque no se sabe desde cuando hay códices en el área maya, los vestigios arqueológicos indican que en el periodo Clásico Temprano (300-600 d.C.) ya se empezaban pues algunos han sido hallados en tumbas en Guatemala, Belice y Honduras. De ninguno de ellos se conoce el contenido, pues la mayoría no ha resistido el paso del tiempo; son sólo pequeños fragmentos apilados de escamas de cal con pintura, como los hallados en tumbas de Uaxatún, San Agustín Acasaguastlán y, recientemente en Copán.

Se conocen varias representaciones de códics semajantes a los hallados por los arqueólogos, en bellas imágenes de cerámica pintada del Clásico Tardío (600-900 d.C.) En ellas se muestran cerrados, vistos lateralmente, señalados los dobleces y con cubiertas de piel de jaguar.

Por su parte, los cronistas españoles describen los códices mayas cuidadosamente, pues los conocieron, supieron cómo se leían y aun los quemaron. Entre los autores que brindan la información mas detallada se encuentran Pedro Mártir de Anglería, los franciscanos Diego de Landa, Antonio de Cuidad Real y el padre Pedro Sánchez de Aguilar. Sus textos se refieren a la península de Yucatán y fueron escritos en diversos momentos del siglo XVI. A través de ellos, se sabe que muchos códices trataban los asuntos religiosos; por ello los sacerdotes católicos debieron destruirlos.

A pesar de los esfuerzos por hacerlos desaparecer, la tradición continuó: por una parte, sabemos que hacia 1969, en Tayasal, isla que está en el lago de Peten Itzá en la actual Guatemala, los itzaes los seguían empleando y gracias a ellos conocian el sistema calendarico de los atunes y conservaban la concepción cíclica de la historia. Hay que destacar que muchos códices fueron transcritos con caracteres latinos sobre papel europeo: son los textos que ahora conocemos como literatura maya. Los más conocidos son los libros del Chilam Balam en los que se consignaron asuntos diversos.

Los Códices Madrid, Dresden y París

Durante el siglo XIX se supo de la existencia de tres códices mayas en Europa. De hecho, se trata de tres fragmentos que carecen de cubiertas y están aceptablemente bien conservados. Reciben el nombre de la cuidad que los alberga: Dresden, Madrid y París. Para la mayoría de los autores, son los únicos códices que se conservan del mundo maya prehispánico.

El primer manuscrito jeroglífico maya del que se tiene noticia fue el Códice de Dresden. Se sabe que el director de la Biblioteca Real de Dresden lo compró a un particular de Viena en 1739 y que en 1749 ya formaban parte del inventario de dicho acervo. El Códice de París fue el segundo en aparecer en Europa. Aunque se sabe que formaba parte del acervo de la Biblioteca Imperial de París alrededor de 1832, pues estaba clasificado con el número 2 del Fonds mexicain. Pasó inadvertido hasta 1859 cuando fue identificado como un manuscrito jeroglífico maya por Léon de Rosny. En cuanto al tercer códice apareció en España dividido en dos secciones. La primera en conocerse estaba en poder del profesor de paleografía don Juan de Tro y Ortolano, quien tal vez lo había adquirido por su interés en los manuscritos antiguos. El documento jeroglífico doblado en forma de biombo constaba de 35 hojas pintadas por ambos lados. En honor de su dueño, se le denominó Códice Troano y se obtuvo el permiso para ser publicado. La segunda sección estaba en manos de un particular llamado Juan Placios, quien en 1867 ofreció tanto a la Biblioteca Imperial de parís como al Museo Británico de londres lo que se creyó era un cuarto códice maya. Este códice según la tradición había pertenecido a Hernan Cortes por tanto fue llamado Códice Cortesiano. Ambas secciones fueron reunidas en 1888 cuando el Museo Arqueológico compro la sección troana al hijo del profesor Tro y Ortolano, desde entonces ambas partes permanecen juntas.

Aunque los tres códices tienen características semejantes y comparten una serie de elementos tanto formales como de contenido, es posible distinguirlos por los diferentes asuntos que tratan, por el timo de trazos que los caracterizan y por el estado de conservación en que se encuentran. Si bien los tres son de carácter adivinatorio y la mayor parte de sus páginas están estructuradas a base de almanaques, es decir, de registros calendarios que señalan tanto ceremonias como augurios relacionados con temas como el año nuevo, la agricultura, la cacería, la época de lluvias, el tejido, la deidad de la Luna, etcétera. En el Dresden y en el Paris hay ademas profecías para ciclos de casi 20 años llamados atunes y asuntos astronómicos.


ÈPOCA PREHISPÁNICA. 1) GRANDES MOMENTOS DE LA HISTORIA DE LOS CÓDICES


La existencia de libros en Mesoamérica fue percibida y descrita con admiración, por primera vez, en un volumen impreso en 1516, tres años después de que Cortés desembarcara en Veracruz. Se debe a Mártir de Anglería, humanista italiano que estuvo al servicio de los Reyes Católicos, haber incluido en su De orbe novo ( Alcalá 1516) la noticia de un indígena que afirmaba que su pueblo tenia también libros, como los españoles.

Otros aportaron testimonios sobre la existencia de libros en Mesoamérica. Entre ellos se encuentra Hernán Cortés, que envió algunos a Carlos V. Gonzalo Fernández de Oviedo vio varios elaborados por los pipil-nicaraos y Pedro Mártir de Anglería contempló los que Cortés hizo llegar a Carlos V en 1519. Entre los frailes que aparecen como los primerísimos estudiosos de los códices en la región central de México, sobresalen Andrés de Olmos. Toribio de Benavente, Diego Durán, Bernandino de Sahagún y Juan de Torquemada, en el Antiplano Central. En el ámbito de Oaxaca, describen los "libros de indios "Francisco de Burgoa. Gregorio García y varios de los que redactaron las relaciones geográficas en diversos lugares de la región. En Yucatán, se refieren a ellos Diego de Landa, que tantos mandó a quemar. Pedro Sánchez de Aguilar y, más tarde, Diego López de Cogolludo, al igual que Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, en Guatemala.

El interés de los frailes por acercarse a los códices tuvo originalmente motivaciones religiosas. Querían con ellos conocer las creencias y prácticas rituales de los indígenas para erradicarlas y se percataron de que los libros de pinturas y caracteres constituían una fuente de gran importancia para ello.

Entre los indígenas, que consumado el encuentro, acudieron a antiguos códices para escribir crónicas e historias, valiéndose ya del alfabeto latino que habían aprendido, están los colaboradores de Sahagún. Se dice que Alfonso Axayácatl Ixhuezcatocatzin de Iztapalapa, hijo de Cuitlahuac que heredó sus papales y códices a su hija doña Bartola. Se apoyaron a si mismo en viejos códices para escribir historia los medicas Fernando Alvarado Tezozómoc y Cristobal del Castillo, los tezcocanos Fernando de Alva Ixtlilxochitl y Gabriel de Ayala, al igual que el chalquense Chimalpán.

Cuatro Grandes Maestros Que Señalaron El Camino

Comenzando por Alfonso Caso, sus investigaciones sobre los códices mistemos datan de los años cuarenta y se prosiguieron hasta poco antes de su muerte, en 1970. Descubrimiento de suma importancia fue para él conocer la Relación de Teozacualco, un documento que, como otros parecidos, se elaboró hacia 1579 a solicitud de Felipe II, que quería conocer sus dominios. En esa relación geográfica y sobre todo en el mapa que la acompaña, encontró Caso una especie de Piedra Rosetta para el desciframiento de los códices mixtecos. Con tal apoyo estudió el reverso del Vindobonese (1951), el Gómez de Orozco (1954), así como el Bodley (1960), el Selden (1964) y el Colombiano (1956), que editó en reproducciones facsimilares. En sus comentarios, el universo de los mistemos, del que hablan esos códices con el rico colorido de sus pinturas y grifos, se trasvasò a escritura alfabética.

Otro investigador, que asimismo señaló nuevos rumbos, esta vez acerca de los códices que integran el Grupo Borgia ( llamado así por uno que perteneció al cardenal Stephano Borgia) y de varios mistemos que guardan relación con ellos, fue el alemán Karl Anton Nowotny. El meollo de su contribución está no sólo en lo que aportó sobre los posibles orígenes y distintos estilos de estos códices, sino sobre todo en el método que estableció para su estudio. Si bien Caso encontró su Piedra Rosetta en el mapa de la relación geográfica de Teozacualco, Nowotny afirma que en un apéndice al Arte del idioma zapoteco de fray Juan de Córdova, publicado en 1578, le proporcionó "la dirección adoptada en una parte considerable de sus comentarios. Se percató así de la existencia de muy variadas formas de organizaron de tonalpohualli así como de sus relaciones con los regentes de las trecenas y otras divisiones dentro del mismo ciclo de 260 días. Atendió asimismo Nowotny a las orientaciones de los ciclos temporales en el espacio, sus connotaciones rituales y otros aspectos, como los pronósticos y evocaciones de aconteceres cósmicos, humanos y divinos.

El tercero de los maestros que dejó honda huella con sus trabajos sobre epigrafía y códices, en este caso del ámbito maya, fue J. Eric S. Thompson. Además de sus actividades como arqueólogo, Thompson se interesó en el desciframiento de la escritura maya, insistiendo en que era de carácter básicamente ideográfico. Sostuvo asimismo que la mayoría de las inscripciones son registros calendáricos connotaban fenómenos astronómicos y conceptos relacionados con el devenir de los dioses y el mundo a través de los ciclos del tiempo.

Sus obras acerca de la glífica maya - no obstante las recientes aportaciones que han mostrado el carácter fonético, logo-silábico de la misma- continúan siend epigráficas o de obligada consulta. Estos son su Maya Hieroglyphic Writting (1959 y 1969) y, sobre todo, a su A Catalogue of Maya Hieroglyphies (1962).

Yuri Valentinovich Knorozoc, nacido en Karkov, Ucrania en 1922, se formó en la Universidad de Moscú. Allí se dedicó a la egiptología y estudió diversos sistemas de escritura. En 1947 se inició en la investigación sobre los signos glificos mayas. Su piedra Rosetta tuvo en lo que fray Diego de Landa había presentado en su Relación de las cosas Añadir imagende Yucatán como "un alfabeto maya". Knorozov concluyó que se trataba de un "silabario" que enunciaba solo algunas de las combinaciones de consonantes con vocales. Identificó luego otros grifos del género de los "logrogramas", es decir, de palabras completas. Así como diversas estructuraciones, nombradas "carruchas" que, como en el caso de la escritura egipcia, reproducían la estructura morfológica de los vocablos en maya yucateco o en ch`ol, una o varias raíces y diversos afijos que entraban en su composición.

Puede afirmarse que, a partir de los trabajos pioneros de Knorozov, el desciframiento de la escritura maya marcha por buen camino. Si bien es cierto que, gracias a Alfoso Caso, se dieron pasos decisivos en la interpretación de los códices mistemos y, con Karl Anton Nowotny, se abrieron nuevos horizontes para el estudio de los manuscritos del Grupo Borgia, es también cierto que debemos a Knorozov el haber iniciado. sobre base firme, la lectura de las inscripciones mayas.